Enero

Foto de Ignacio Arrieta en el estreno de Alfama en Lata de Zinc el 26/12/24.
Estoy segura de que incluso el español más extrovertido masculla en algún momento a principios de enero (si no ya en diciembre, aunque le duela reconocerlo, pero es que la edad ya se va notando) eso de “a ver si terminan las fiestas y volvemos a la normalidad”.
Es un cúmulo de festejos en los que se mezclan las ganas de ver a la familia, de disfrutar de la compañía de amigos, de dar y recibir regalos… y en las que montamos un fiestón para recibir el año nuevo haciendo mucho ruido con el matasuegras justo cuando suena la parte de la canción que nos recuerda “que ya pasó un año más” mientras miramos de reojo bajo el antifaz para no ver, no pensar, lo que se nos viene encima.
Las fiestas de Navidad agotan. Y estaremos de acuerdo en que en este hemisferio no nos coinciden con el momento del año que más invite al despelote.
En los escasos dos años que viví en París sentí cómo ¿el capitalismo?, ¿la ciudad por el hecho de serlo?, parecía querer guiarte como un padre a través de los cambios de estación utilizando para ello las vallas publicitarias. ¿Aparecían chaquetas cortas y melenas al viento? Se acercaba la primavera. ¿Corazoncitos? San Valentín estaba al caer.
Es cómodo el dejarse guiar, sí, lo acepto. Pero al cabo de unos pocos meses necesitas que venga ese padre y te tire de los pelos para sacarte del aletargamiento. Al menos así lo viví yo. Las vallas te dan información pero se alimentan de tu espíritu a cambio. (Qué exageradita se pone una a veces).
A mi vuelta a Asturias, al ver verde sin falta de ir a un parque, descubrí otro modo de vivir las estaciones. En un curso facilitado (como dicen ahora) por Raquel Ahisahara viajamos con nuestro cuerpo y nuestra emoción (indisociables si prestamos atención al facto) por las distintas fases de nuestro ciclo menstrual, comparándolo con el ciclo de las estaciones. Las estaciones de nuestro ciclo, podríamos decir.
El florecimiento de la primavera, sus emociones juveniles, la anticipación de lo que está por venir. La expansión del verano, el gozo del cuerpo y la relajación de las exigencias. La vuelta a la calma del otoño, los adioses, los asaltos melancólicos… Y el invierno con su calma, su recogimiento, su presente.
Sé que suena esotérico (también me lo parecía a mi) pero una vez experimentado te da una nueva actitud frente a las exigencias que te pones a ti mismo, en concreto sobre cuándo te las pones. Hay un momento para cada cosa y si lo (te) respetas vas a conseguir lo mismo que ibas a conseguir (o aún más) con más calma y más cariño por ti misma.
Enero pide recogimiento. Por supuesto que sentimos un bajón después de las fiestas. Caemos de las luces y los brillos a un periodo de oscuridad, soledad y trabajo que parece no tener fin. Pero si aceptamos que el invierno es eso: recogimiento, frío, falta de movimiento… si lo aceptamos y no nos dejamos tentar por los anuncios con corazoncitos y grandes letras de rebajas, podemos tomarlo como un aliado, un momento de hacer balance reposado, de reconfigurar nuestras voluntades siendo sinceros con nosotros mismos y una preparación para el revoloteo que traerá la primavera.
Y hasta aquí por hoy, mis amigos. Si os apetece, seguimos hablando de esto en los bares.
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